LO SE, PORQUE ESTUVE AHÍ.
Desde que empezaba el otoño, largo se hacía el frío invierno, ya en primavera, la alegría volvía, porque algunos meses, allí, a la Costera , si , si, en Los Ventorrillos, en Alhama de Murcia , para allí iría , a la tierra de abuela y madre, y eso, contento me ponía; había llegado, el verano, y de nuevo, podría jugar con mis “primicos”.
Muchas lunas han pasado , desde aquella lejana infancia, pero es, como si aún estuviera ahí; sentado, en la falda de Carrascoy, bajo esa higuera o limonero, escuchando y buscando chicharras, entre los almendros , con rodillas arañadas, por las zarzas y bancales , del camino al caño, para beber agua, y frente a mi, Sierra Espuña, y entre dos sierras, yo me sentía , el rey del mundo, mientras divisaba al fondo, allí en la mata, un prado verde; los pimientos de “Paquines”.
Tardes esperando al “kilos” y a su fiel compañero, el perro pastor, a que pasaran con el ganado, mientras, entre sus manos trenzaba esparto, recolectado y apaleado por sus rudas manos, para después crear, bellas esteras, una caracolera, cofia o alpargata, y que pese a su sufrimiento, siempre por las sendas de Carrascoy, alegre, el andaba.
Esas tardes de bolos, del Ventorrillo, llenas de risas, que una tarde, hace ya muchas lunas las convirtió, en lágrimas, pero ahí sigue, errante, como sus gentes, como los molinos de D. Quijote. Y no olvido a Benito y Juan, sin las canas del amigo don tiempo, elaborando pan, mientras el chacho Benito, sentado en la puerta de su venta, exclamaba, “ Chaaacho,” cierra el cajón de las “perricyas” , de vista no andaba el hombre bien, pero de oído envidia daba.
No es fácil olvidar esos días, que entre corros de mujeres, y medio sonrojado, entre otras labores, almendras descascarillaba , y sin casi fuerza o habilidad; ponía entre mis manos una pala de madera, que tenia mayor peso que yo, quizás para estorbar, aunque mi pretensión, era ayudar, a dar vuelta a los pimientos, que en explanadas de cemento, una vez abierto su corazón, allí dormirían, ya para siempre, y una vez el sol hiciera su labor, dejarse sacar de ellos, su oro rojo.
Como olvidar esa espera ansiosa, a que mi abuela trajera higos chumbos, que casi a oscuras recolectaba, limpiaba sus pinchos y que con habilidad pelaba, mientras decía “cuidaico nene, no comas mas, no te vayas a “atrancál”, obligándolos a comer con exceso de pan.
Ese, el destino de la vida, te aleja de la infancia, pero nunca, te alejará de los recuerdos, de esta, La Costera, donde sus atardeceres contemplaba, mientras se alejaba el sol, buscando la manga, tras las palmeras de la finca de Don Paco, solo me quedaba esperar la llegada del silencio, y su oscura noche, esa que se apoderaba de mí, y que con un manto de estrellas, me tapaba. En ningún lugar , vi algo igual.
La Costera, un paraíso entre dos sierras, entre sus gentes, y lo se, por que estuve allí.
Dedicado a esas gentes de mi infancia, a los que aún están ahí, y a los que se fueron, pero que siempre, todos ellos, estarán en mis recuerdos, esos que nunca se van.
Uno que estuvo allí.
Marzo 2012
Desde aqui damos las gracias a Alfonso Martinez Fernandez, el amigo que ha realizado este poema-relato
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